Llevo unos cuantos años replanteándome la pregunta acerca del destino, y hasta el momento ya tengo una idea moderadamente firme al respecto. Estoy al tanto de una que otra teoría filosófica que podría explicarlo, pero este es un tema que, a mi parecer, no puede ser razonado, sino única y completamente sentido. En esta primera parte haré una breve mención de su naturaleza y en la siguiente pasaré a hacer un comentario acerca de uno de mis fenómenos favoritos con relación a él.
El destino es esa fuerza misteriosa que nos rodea siempre, que define nuestro actuar y que posee el poder de hacernos felices. No obstante, este no se presenta de manera arbitraria ni nos obliga a tomar el camino que está decidido para nosotros, sino que tenemos la capacidad de optar, existe un libre albedrío. Suponiendo que esto último sea cierto, la idea de un destino se torna borrosa, lo sé, pero las personas suelen pensar en absolutos la mayor parte del tiempo, siempre moviéndose entre los polos opuestos y olvidan los puntos medios: el destino es la fuerza que nos lleva hasta el lugar, hasta el momento, hasta la situación, y nos dice “el resto depende de ti”. Con esto quiero decir que el libro de la vida está escrito con lápiz, que es posible escapar de nuestro destino o, en todo caso, que es posible elegir lo que nos depara, al menos hasta cierto punto. Las decisiones que tomamos determinan nuestro curso de vida, y el destino se moldea a nosotros de acuerdo a esta; es solo cuestión de saber qué elegir y atenerse a los riesgos y consecuencias que aquella elección supone. Hay una frase que me encanta y que resume lo que siento: “En el camino de la vida lo importante no es llegar al otro lado, sino perderse entre las posibilidades del 'durante' ”.
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