sábado, 19 de abril de 2008

Mochileros del tiempo

En el último artículo sobre el tiempo dediqué la parte final a hipotetizar su modificación en el pasado respecto a las repercusiones que pueda causar en el presente. Sin embargo, sería mejor definir los criterios que dan fuerza a este argumento. En primer lugar, supongamos que retrocedemos un año: cualquier desición vinculante que tomemos puede guiarnos hacia un fin distinto pues partimos de una ramificación de posibilidades diferentes mas no antagónicas. Empero, ¿que grado debe tomar una acción en el pasado para cambiar el presente, o nuestro presente de manera considerable? Quizás, el camino que hayamos tomado para dirigirnos hacia alguna parte no sea tan influyente como la elección de que carrera seguir; pero sí es una variación, por ende está encaminada a transformar la realidad futura de alguna u otra forma.

Pero, de ello nada sirve si no lo comparamos con la realidad actual, es decir, ¿como sabemos que si por ejemplo tomamos determinado automovil o comemos tal cual alimento vamos a desviar algo mas adelante? En este punto la definición de destino encaja cual engranaje en un reloj y surge una nueva serie de interrogantes: ¿existe el destino?, si existiese ¿quien lo trazó?, y por último, si está trazado, ¿cualquier acción que tome ya estará delimitada por tal y por ende cualquier desición que tome para desligarme de este principio ya es de por si un paso escrito?

Desde mi perspectiva, las paradojas que surgen cuando incluimos a tal elemento pueden ser como no pueden ser legítimas. En ello, comparemos y veamos: si fuésemos y viésemos el futuro eso indica la veracidad de tal, pero si retrocedemos en el tiempo, ¿podemos afirmar que nosotros somos el destino en un punto de nuestra existencia, o lo que hacemos, con quien interactuamos y vivimos es producto de nuestros actos en el pasado que moldearon a su gusto nuestro presente?

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