Ayer intenté pensar en la confianza, así como en sus alcances y limitaciones; no es necesario agregar lo ardua que fue aquella tarea, especialmente cuando se tiene la cabeza revuelta y llena de ideas algo desequilibrantes. El conseguir la confianza de alguien definitivamente es un trabajo complicado, demandante y que requiere de mucho tiempo, pero lo curioso es que no es así cuando se trata de perderla (evidentemente no buscando ese fin). Es más fácil realizar acciones que nos llevarán a perder la seguridad que otros tienen en nosotros, y esto se debe a que las personas estamos configuradas de manera natural a prestarle más atención a lo negativo (“Escribimos los errores en piedra y los aciertos en arena”, como dice la frase), lo cual de cierta manera es paradójico, pues también es característico del ser humano tener la dificultad de comprender lo que se presenta de manera negativa, sea oral o escrito (es una de las tantas curiosidades humanas que me hacen amar tanto la psicología).
Y, entonces, después de haber conseguido y disfrutado de esa muy codiciada confianza, ¿qué podemos hacer cuando la hemos perdido y la queremos de vuelta? ¿Será más difícil obtenerla? Y si la conseguimos, ¿será igual de fuerte que la primera vez o flaqueará ante el primer error? Son preguntas nada sencillas de responder a pesar de que tengamos una cierta idea de cómo hacerlo, pues las situaciones son muchas, y todas determinan cómo pensarán las personas (las cuales, evidentemente, no razonan de la misma manera, lo cual presenta una mayor variedad de resultados), pero creo que si el vínculo o relación que se tenga es duradero, sincero y especial, no existe ni un ápice de posibilidad de que la confianza se resquebraje; puedo estar equivocado (lamentablemente siempre existe esta opción), pero la experiencia me habla de lo contrario.
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