jueves, 3 de abril de 2008

Una suerte de postulado euclidiano


Es estupendamente asombroso cómo la vida gusta de darnos vueltas y ver dónde y con quién terminaremos encontrándonos, o de qué manera afrontaremos los retos que se nos presentan diariamente. Una pequeña gran parte (esta contradicción no es más que una forma irónica de solidificar mi punto) de estos azares de la existencia es conocida como Coincidencias, posiblemente uno de mis temas favoritos y más tocados, esa misteriosa fuerza que aparenta inocencia y que va muy de la mano con la magnificencia que es el Destino (en otra ocasión hablaré con más detalle de él) gusta de jugarnos pequeñas bromas o mandarnos lo que a mi parecer podríamos tomar como señales que ayudarán a evitar ciertas situaciones. Soy el tipo de persona con ideas un tanto descabelladas y creencias a veces jaladas de los pelos (imagino que ya lo estaban deduciendo), por lo que las Coincidencias son parte importante de mi vida y tal vez es por eso que me siguen a todas partes. Les contaré la última de estas ocurrencias.


Asumo que no soy el único hombre que al entrar a un salón de clases por primera vez observa a las personas que lo rodean, especialmente en busca de chicas que endulcen la mirada o que alegren un poco el hecho de asistir a una lección que podría no ser muy divertida. Siendo feliz víctima de este hecho, crucé miradas con una chica que luego me propondría conocer de una forma u otra, aunque nunca haya sido muy bueno en iniciar conversaciones. Noté, además, que tenía un amigo que pareció percatarse de mi mirada, pues me observó un buen rato (no logré ver la expresión en su rostro debido a los enormes lentes de sol que llevaba puesto), aunque no le di demasiada importancia. Un par de días después, mientras deambulaba por los pasillos de la universidad, crucé caminos con un amigo, quien iba acompañado por quien parecía ser el amigo de la chica que quería conocer; nos presentó y el chico de los lentes me dijo algo que tomé como una broma fuera de lugar: “Ya nos conocemos, desde hace mucho tiempo. De chicos fuimos al cine con nuestras mamás”. Esto, en un principio, me pareció tan trillado como si de repente una ardilla se me hubiese acercado para pedirme la hora, así que reí por compromiso, pero éste mencionó el nombre de la película (el cual no nombraré por motivos personales) y supe inmediatamente quién era. Efectivamente, años atrás, quizás diez u once, la prima de mi mamá y su hijo (mi primo segundo) nos invitaron al cine en una ocasión y, a pesar de ir a la misma escuela (él en un año menor al mío) no nos vimos nunca más… hasta ese día.


Tal vez no han logrado hacer la conexión, por lo que se los diré: no solo encontré a un familiar perdido con quien pasé una tarde más de una década atrás sino que también se abrió la posibilidad de conocer a la chica, su amiga, de manera más directa y simple. ¿Quién diría que sería mi primo, una persona que no veía en bastante tiempo y que con mucha facilidad podría decir que la vida trajo hasta mí, el que me presentaría a quien me propuse conocer? La única y simple respuesta es, y será siempre, la Vida y sus geniales Coincidencias.

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