miércoles, 9 de abril de 2008

El monstruo que amo

Son las nueve con cincuenta del nueve de abril. Acabo de terminar de ver el partido de Cienciano. Por fin acabó. Eso esperaba desde hace como treinta minutos cuando Flamengo hizo el primer gol y empezaba, de esta manera, a sentenciar nuestras aspiraciones de llegar a la segunda fase de la Libertadores. Extrañamente no me siento molesto ni tampoco impotente, supongo que es una realidad a la que no necesitamos acostumbrarnos los peruanos e hinchas del fútbol más aún. Pues, bueno, comienzo el post con fútbol, pero no es de eso exactamente a lo que dedicaré estas horas de redacción. Me han suscitado muchas cosas raras estos últimos días, acontecimientos extraños que, en sí, no sabría cómo describirlos, pero apostaré por relatar de una forma diferente a la descripción estándar.

Trataré acerca de un monstruo. Un monstruo muy malvado que me ha acosado mentalmente durante varios meses. No me lo puedo sacar, se ha enclavado en mi cerebro y pensar en disolverlo es técnicamente imposible. Me siento incapaz de realizar algo por mí mismo, todo lo hago dependiendo de ese ser maligno. No tengo palabras para describirlo, sólo sé que existe porque de él me valgo para todo lo que realizo. Me siento obligado a complacerlo, como si su satisfacción fuese la mía. Repito, no tengo palabras para describirlo... es desconocido tanto en su forma como en su materia. No le encuentro adjetivo que encaje dentro de sus características, sólo sé que existe, que vive dentro de mí y que, además, no me quiere dejar... aunque, tal vez, en verdad sea yo quien no quiera dejarlo.

Esta semana ha sido muy productiva para mí, la he pasado muy bien con mis amigos de la universidad y he estudiado como debía. Me siento capaz de realizar cualquier cosa, siento aires de mejoras en el futuro. Después de varios meses de frustración y derrotas, veo una luz que me hace asumir que las cosas me saldrán mejor en los próximos días. Hay muchas personas a las que les debo este sentir, unas más que otras. Siempre existen jerarquías para este tipo de agradecimientos, más allá de que uno trate de meter al mismo saco a todas las personas como si hubiesen hecho el mismo esfuerzo para que yo alcanzara mi momentánea felicidad. Basándome en esa idea, es que encuentro a una única persona causante primordial de este sentimiento glorioso. Esta persona es alguien que se me ha quedado clavada en la cabeza y no puedo sacármela. Ya han pasado varios meses desde que se instaló y, al parecer, no tiene intenciones de mudarse. Tratar de no pensar en ella, se me es técnicamente imposible porque cuando lo hago ya no quiero dejarlo de hacer y sigo haciéndolo, cada vez con más placer... más placer... mucho más placer... hasta que me doy cuenta que el pensarla sólo me construye un mundo asumido que, aunque siempre me favorezca y yo sea el ganador, sé que es ficticio y lejano. Soy consciente de su lejanía, y soy consciente de que, tal vez, no me baste con lo actual para vivirlo. Pero, aunque suene utópico y extremadamente entusiasmado, yo no me rindo y le sigo pa'lante, me valgo de esa persona para alcanzar mis metas. Es mi inspiración en la realidad, que con una sonrisa puede hacerme lograr todo lo que yo quiero realizar. Es por esto, que me siento obligo a complacerle y a tratar de que su existencia sea más agradable que la mía. Aunque todo suene bien, no encuentro palabras para describirle... le conozco en forma y materia, pero ni aún de esta manera soy capaz de describirle. Adjetivos sobran y sobran más mis ganas de darle un lugar dentro de mí. En verdad, esta persona es mi monstruo que no me ha dejado pensar con voluntad, que me ha acosado desde hace un tiempo y que se ha instalado en mí. Esta persona monstruosa es mi causa por la que hallo felicidad, y no quiero dejarle. Tal vez, somos uno solo. Ese es el monstruo que amo, y también por el cual vivo.

1 comentario:

Miguel Angel dijo...

Sin lugar a dudas creo que a la gran mayoria que conocemos nos ha pasado, o nos pasa, o nos va a pasar lo que te viene sucediendo. Aquello que se aloja dentro de nuestro pensar diario en relación a lo que deseamos afectivamente se le demomina "impulso pigmaleonico". Y es ello precisamente lo que nos permite desarrollar algunas formas de interpretar la realidad que vivimos, pues engendra una inspiración para nuestra realización pese a que esta epifanía sea tan solo el fruto en la psiché de nuestro deseo.