Hace unos días me hicieron una pregunta que me dejó pensando más que cualquier otra, pero una vez que supe la respuesta me aferré a ella con una seguridad asombrosa; tuve que imaginar que me quitarían todas mis cosas y que solo tendría derecho a quedarme con una. Al principió pensé en mi adorada computadora (quien seguramente me conoce mejor que nadie), pero luego supe que elegirla sería un error, pues hay una cosa que sobrepasa con creces la utilidad y diversión que una computadora puede suponerme, y eso es mi amada bicicleta, con la cual he vivido un sinfín de experiencias.
Descubrí el poder de las bicicletas a los seis años, cuando mi mejor amigo pensó que sería buena idea enseñarme a montarlas sentándome en una y dejándome caer por una pendiente (no muy inclinada, pero para un niño de esa edad es prácticamente como la bajada a la Costa Verde). Una vez que vencí el miedo a las caídas (las cuales, he de agregar, eran excesivamente frecuentes) nos dedicamos a pasearnos primero por la cuadra, después por la manzana y más adelante por zonas más alejadas dentro de la urbanización. Esta época de “bicicleteadas” duró hasta mis diez años, cuando me mudé a una zona más húmeda de Lima y mi “bicla” se convirtió en óxido, inutilizable. Mis paseos se convirtieron en cosa del pasado y lo que quedaba de mi bicicleta apenas me permitía movilizarme hasta el colegio (situado a unas pocas cuadras de distancia de mi casa).
Cuando creí que mis días como ciclista estaban perdidos, mi tía fue lo suficientemente amable como para prestarme su bicicleta, la cual, de manera igualmente amable, rechacé no por miedo a las caídas, sino por miedo a la vergüenza. Durante meses permaneció la idea de no querer salir por las calles con una bicicleta femenina de color lila fosforescente, hasta que las ganas superaron el bochorno y me vi a mí mismo circulando las calles limeñas en una “bicla” hecha a la perfección (su ligereza me permitió incursionar en trucos nuevos y más complejos). Esto fue así por casi un año, hasta que mi tía se vio obligada a pedírmela de vuelta; pero lo que parecía ser un obstáculo resultó ser el empujoncito que me llevó a comprar una bicicleta profesional, con mejores cambios, mejores amortiguadores y mejor tracción; es decir, me llevó a lo que soy ahora (o lo que creo ser): un ciclista semi-profesional.
Actualmente he descubierto que el montar bicicleta se ha convertido en algo más que una mera afición, es un estilo de vida; es un método de aliviar el estrés, de mantenerme en forma y de descubrir lugares nuevos (al menos nuevos para mí). Una de las dos cosas que más me atraen del ciclismo es el riesgo; no soy una persona muy arriesgada, me atrevo a muchas cosas, pero no apuesto cosas que temo perder, lo cual cambia cuando monto bicicleta, pues me encanta sentir la emoción de tener cientos de carros pasando a mi lado y amenazando con chocarme si cometo el más mínimo error de cálculos. La segunda es la pasión de viajar por el mundo en bicicleta. Actualmente he recorrido distritos tales como Surco, La Molina, Miraflores, San Borja, San Isidro, San Juan de Miraflores, Chorrillos, Barranco, Jesús Maria, San Miguel y Surquillo, no de cabo a rabo, pero sí de rincón a rincón. Con estos pequeños logros en mente, planeo conocer el Perú entero en bicicleta, y más adelante ir a cada país del mundo y pasearme por los lugares que me sean posibles (no a todas partes porque la vida probablemente no me alcance). Y es por eso que elegí mi bicicleta, porque la computadora (y en este caso Internet) puede llevarnos a muchos lugares, pero es la bicicleta la que nos lleva físicamente ahí.
1 comentario:
talves puedes sacar algunas ideas de como bicicletear por latino-america de estos brazileros =D
http://www.coxasbambas.com.br/blog/
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